viernes, 25 de noviembre de 2011

La autocomplacencia

-Déjame ver si María puede darle un baño y biberón a Victoria para llevarte.

-Ya voy saliendo de mi cena. Llegare a recogerte en diez minutos. Apúrate para poder regresar.

-Necesito que me llames para levantarme a la hora que quieres que vaya por ti. Estaré durmiendo.

-¿Hoy? ¿Segura que tienes que ir? Es la fiesta… Bueno, entonces que tu papá te lleve.


En la novela de Gustave Flaubert, Madame Bovary, la protagonista, Emma, sufre de un exceso de autocomplacencia lo cual eventualmente la lleva a su trágico final. A pesar de que dirigió con éxito la casa de su padre, su unión matrimonial con Charles la convierte en una egoísta que se centra solo en sus deseos, justificando sus pecados al afirmar, como lo hace el romanticismo, que el sacrificio de la moral para la búsqueda de la felicidad es una causa noble.


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Al estar plenamente en la etapa de adolescencia, sé que he experimentado momentos de autocomplacencia, la mayoría de los cuales no soy capaz de reconocer. Un tal caso que resuena con fuerza en mi mente es mi fusión accidental y errónea de las palabras ‘chofer’ y ‘padres’ como sinónimos. La cantidad de tiempo que he puesto a uno de mis padres detrás del volante durante horas poco razonables tendría que contarse en horas y hasta posiblemente días. Soy menor de edad, argumentaría, mas al reflejar puedo admitir que a veces he estado fuera de lugar.


Con las velas apenas sopladas y el pastel recién partido, ya estaba en la puerta del ascensor, esperando impacientemente pues estaba tarde para la ‘reu’. Aunque ligeramente hiperbólico, la verdad es que en la noche de la fiesta del cumpleaños de mi madre mis pensamientos no giraban en torno a las cintas de colores, los globos, los regalos, deseos de cumpleaños o cualquier otro asunto relacionado con la festividad. Fue en esta noche que le pedí a mi padre que por un instante abandonara a mi madre y me llevara a la casa de una amiga. No es que soy una terrible hija, solo cometí lo que en mi opinión es un terrible hecho. Para ser justos, realmente no era el día de su nacimiento (el cual ya había ocurrido hace dos días), y el día que si fue yo felizmente me comprometí a la celebración. Sin embargo, esto no excusa el hecho de que puse mis propios intereses por encima de todo. Y para empeorar el asunto, actualmente soy incapaz de recordar la razón por la que quería desesperadamente estar en esa especifica reunión. La tristeza manchaba su voz mas la alegría de tener su permiso opaco mi sensibilidad emocional hacia ella.


Hasta cierto grado yo demostré signos de egocentrismo, aunque no de la misma severidad que Emma Bovary; mientras que mi mal no condujo a graves consecuencias, a ella la llevo a la ruina económica y a la falta de afecto por su esposo e hija. La autocomplacencia es una cualidad negativa en el carácter de una persona que en el largo plazo nunca produce resultados positivos. La evolución nos ha enseñando que solo los más aptos sobreviven y por lo tanto el egoísmo esta sembrado profundamente en nuestra mentalidad. Claramente es normal escuchar a uno mismo primero de vez en cuando, pero cuando la apatía y la autocomplacencia gobiernan a uno por completo es un trastorno psicológico.      

jueves, 24 de noviembre de 2011

La dictonomía


200px-Yin_yang.svg.pngEs un hecho, una ley de la naturaleza humana, y una verdad universal que el carácter de los individuos de nuestra raza no puede ser clasificado entre sólo dos categorías. En otras palabras, nosotros, como seres humanos no desarrollamos personalidades unilaterales, y la complejidad de cada uno es tal que su explicación desafía el reino de las palabras. Las personas no son exclusivamente ‘buenas’ o ‘malas’, ‘blancas’ o ‘negras’, ‘correctas’ o ‘equivocadas’. Somos ambas opciones; un punto en constante cambio en el espectro. Y así los personajes de la literatura, como Madame Bovary, tienen dualidades de su personalidad, reflejando la realidad. Mientras que mis propias facetas no son tan contrapuestas, sino sutiles, claramente están presentes. Por ejemplo, toma en cuenta mi etiqueta mas prominente (creado por mí y e enfatizado por los demás): tímida. Reconozco que soy tímida, al igual que todos en el fondo lo son; sin embargo la desconcertante pregunta que a diario me preocupa es: ¿hasta qué punto soy retraída? Y hasta qué punto soy extrovertida? Yo demuestro que soy reservada al pasar un clase sin preguntar lo que esta en mi mente, al sentarme en silencio en una reunión social pues mis nervios me impiden acercarme a un extraño, al no inscribirme en una actividad sin un amigo. Pero si estas y solo estas cualidades me definieran, entonces dime, ¿qué me distinguiría de una muda solitaria? No soy únicamente tímida. Hay más a mi de lo que puede percibir la mayoría de la gente, como afirma otro verdad de la vida. De vez en cuando, mi mano se elevara o me uniré a una clase extracurricular, como lo hice con la danza y el tenis, en donde la falta de conocidos me obligara a socializar con otros. El año pasado me postule para el cargo de tesorera en el consejo estudiantil y di un discurso en frente de la toda la escuela preparatoria. El podio se sacudió conmigo y mi voz tembló y me quedé congelada y el discurso en sí estuvo muy lejos de ser uno de mis mejores, y como se había predijo, perdí. Sin embargo, nunca he estado más orgullosa de mí misma pues no sólo me esforcé cuando las probabilidades estaban en mi contra desde el inicio, sino que también no di marcha atrás al enterarme que tendría que dirigirme ante todas las camisas marrones. ¿Hubieras hecho lo mismo? Aunque tal vez su respuesta sea ‘sí’, para muchos de la gente que conozco es 'no'. Si negara que soy tímida estaría mintiendo (como se mencionó antes, todos somos introvertidos con la única variable siendo el grado de serlo), pero incluso lo seria si refutara el hecho de que yo también soy extrovertida. En donde hay un yin hay un yang, aunque cuando uno es más pronunciado, el otro no lo es y por lo tanto se equilibran entre si. El concepto de la dicotomía es uno que siempre ha y siempre va a caracterizar la naturaleza humana.

martes, 15 de noviembre de 2011

Un héroe trágico

Ένας άνθρωπος δεν γίνει ήρωας μέχρι που μπορούμε να δούμε τη ρίζα του το δικό πτώση του. –Aristóteles

El héroe trágico que propuso el filósofo griego Aristóteles es el que hoy en día todavía habita las páginas de la literatura y sigue existiendo en la vida real entre los seres humanos. Un héroe como tal se define como uno de noble cuna, que en vano lucha contra su destino trágico, el cual es provocado por su ‘hamartia’, un error fatal que el o ella reconoce. El personaje de Lady Macbeth, de la obra Macbeth cuyo autor es Shakespeare, puede ser considerado como un héroe trágico debido a la asimilación de varios rasgos aristotélicos. El argumento de la obra se desenrolla cuando una profecía declara la ascensión de Macbeth de conde humilde a majestuoso rey. Atraída por esta posibilidad, Lady Macbeth, su pareja, planea el asesinato del rey Duncan con el fin de asegurar el trono de Escocia para su marido. Aunque su estatus al nacer no se especifica, Lady Macbeth ya es parte de la nobleza desde el inicio de la obra, condición indispensable de un héroe trágico. Su moral dudosa y su codicia pueden ser citados como los dos principales aspectos de su demonio interno. Cuando se le presenta la oportunidad para escalar la jerarquía social, no importándole los medios, Lady Macbeth hace todo lo posible por seguir su sueño de riqueza y poder. Esta ambición de naturaleza oscura la lleva a cometer un homicidio que en gran medida la afecta dramáticamente en un plano psicológico. A diferencia de los héroes trágicos aristotélicos, ella esta consciente de esta característica negativa y hasta la utiliza a su ventaja. Como consecuencia, durante el desarrollo de la obra Macbeth se ve que ella adquiere el habito de lavarse las manos imaginariamente ensangrentadas cuando camina sonámbula en la noche, evidencia de su deterioro mental, el cual culmina en su suicido. Al vagar por el castillo, Lady Macbeth confiesa gritando frases como, "¡Fuera, maldita mancha! ¡Fuera digo! ... ¿Quién iba una pensar que el viejo tendría tanta sangre?” Aunque Lady Macbeth no protagonice la obra, claramente este personaje Shakesperiano muestra suficientes rasgos como para ser clasificado como un héroe trágico.


Un hombre no puede convertirse en un héroe hasta que pueda ver la raíz de su propia caída. –Aristóteles 

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Opinion: capitulos 1-5

A diferencia de otras novelas que hemos leído en las cuales en el primer capitulo revela una trágica muerte por envenenamiento o causa natural, Madame Bovary abrió con la descripción de la vida realista de Carlos, u hombre sencillo y aburrido. Lo que inicialmente parece ser una historia de poca profundidad se desarrolla rápidamente en la cuento de la vida de la esposa de Carlos, Emma Bovary. Aunque me pareció que en ciertos momentos el nivel de descripción detallada llego a ser muy excesiva, en general me gusto no tener que envolver mi mente en torno a conceptos fantasiosos. Gustave Flaubert narra los pensamientos de Emma, la cual esta desesperada al no encontrar su matrimonio satisfactorio. Ella lucha para encontrar el grado de pasión y amor que caracterizan sus novelas romancistas. Flaubert critica este estilo de escritura pues, en su opinión, llena las mentes de jóvenes con visiones idealizadas y por lo tanto dificulta la transición de ellas al ‘mundo real’. El personaje de Emma es miserable y se puede predecir que esta angustia la llevara a cometer actos inmorales en su búsqueda por esa ardor ficticio. Sin embargo, yo creo que el problema de Emma no es culpa de la literatura romancista sino de el hecho que en esa época las mujeres leían por falta de ocupación o oportunidades para ser más que amas de casa. Estoy interesada por ver como el trama se continua desenrollando hasta culminar en la caída de Emma.

El diario de Emma Bovary


Querido diario,

Las campanas de la boda han sonado y se han silenciado, mi vestido de novia blanco ya está guardado en un armario, y la banda dorada de unidad ha sido colocada en mi dedo anular. Desde hace unos días he adoptado un nuevo apellido, Bovary. Sin embargo, hay un malentendido en mi cuerpo pues mi mente reconoce el ardor que mi corazón debería sentir, pero en mi pecho solo existe un desolado vacío. ¿Dónde está la pasión que debería penetrar los rincones más oscuros de mi ser, y consumir mis pensamientos y acciones? ¿Dónde está el amor tan ciego e incondicional, de una naturaleza casi celestial? Me lleno de remordimiento al reflexionar sobre la posibilidad de que, a pesar de mi nuevo estatus de esposa, no he sentido el verdadero amor. Hasta incluso soy inmune a sus palabras amables y caricias delicadas que recorren mi cabello y rostro. 

Criada en el convento, crecí rodeada de las obras literarias más finas, piezas de romanticismo que retrataban un mundo “de amores, de galanes, amadas, damas perseguidas que se desmayaban en pabellones solitarios, bosques sombríos, vuelcos de corazón, juramentos, lágrimas y besos”. La monotonía de mi vida presente contrasta con el reino vivido que habita las polvorientas páginas de las novelas. Al nunca haber estado con un hombre en una relación formal, ingenuamente confundí mi interés por su persona con el sentimiento del amor. Este hombre que vive, respire y duerme a mi lado no es nada más que un simple compañero en el camino de mi vida. Mi esposo ha demostrado ser más que bien instruido en el campo de la medicina como declara su madre, más que confiable y dispuesto a ayuda como pronuncian sus pacientes, más que cariñoso como mis propios ojos anuncian. La simple verdad es que Carlos es aburrido. Sin ambición para guiar su vida, sin sueños extravagantes que rozan el borde de lo imposible, sin la motivación de ascender la escalera social, él se ha dejado capturar por la mediocridad. Tras la fachada de una mujer enamorada se encuentra una desesperación de tal magnitud que temo que un día va a liberarse de las profundidades de donde vive. ¿Qué será de mí, o de mi matrimonio o hasta de él cuando llegue ese día? Estoy dividida entre luchar contra este monstruo de ansiedad que con la pasada del tiempo crece, o abrirle la puerta de su jaula yo misma. ¿Qué será peor, dejar que con garra y diente salga por su cuenta, o soltarlo yo rápidamente? No estoy segura que hacer, diario.

Emma Bovary